Francisco de Sales - Relatos

CAFÉ TE RÍAS

Francisco de Sales 

       

Hace más de media hora que aprovecha los momentos en que estoy distraído para mirarme con una discreta insolencia. En realidad creo que quiere que me dé cuenta. Supongo que está esperando que me levante, me acerque a su lado, le dedique una de esas sonrisas que se usan en estos casos y que la salude con una frase ingeniosa. No podrá ser, por supuesto, nada relacionado con eso de que hace muy buen tiempo para la época que estamos, ¿estudias o trabajas?, ¿Vienes mucho por aquí?, ¿Te han dicho alguna vez lo increíblemente guapa que eres? porque ese no es un modo original. Seguramente estará idealizándome, deseando que sea maravilloso; posiblemente esté fantaseando, pensando en dar vida a sus deseos más íntimos, haciéndome intérprete principal del resto de su vida. Si sigue mirándome cinco minutos más, me acerco y le digo algo, lo que sea. 

Ya no me queda duda: el tipo ese que me mira está caliente y se recrea con unas fantasías eróticas de las que me ha hecho protagonista. Me ha desnudado ya mil veces, me ha embadurnado con su baba-saliva, me ha recorrido con sus ojos asquerosos, arriba y abajo, abajo y arriba, sin cansarse, y ahora está pensando en lo irresistible que cree que es, y que estoy rendida a sus inexistentes encantos.

        Se está haciendo un poco la dura, pero eso es normal; siempre lo hacen así, es parte del cortejo; le habrán enseñado que la mujer es frígida por naturaleza y que tiene que mostrarse siempre recatada, que no debe dejar que se le escape ninguno de sus deseos, pero esta no lo está haciendo muy bien porque se le nota el brillo inequívoco de la mujer en celo, se descubre con esos movimientos ondulatorios, de ola lujuriosa; se le notan desde aquí las convulsiones de su cuerpo gritando ser poseído, ser montada como las hembras de todas las especies pero con el añadido de que en su caso se ve que le gusta, que lo desea, que me desea…

Ya estoy harta. Como insista en ese patético intento de querer ligar conmigo, y siga engordando los pensamientos lascivos que se le escapan a través de la mirada y de esa sonrisa sardónica, y me vuelva a mirar una vez más, me acerco hasta él y le cruzo la cara con un bofetón antológico. 

No lo puede negar. Aunque insista en mantener la mirada esquiva y altiva se le ve claramente el juego. Está llamándome. Si no entendiera tanto del juego de la seducción, me retiraría, pero es muy evidente que sus gritos dicen levántate, ven a buscarme, soy tu puta, sedúceme, secuéstrame, haz de mí una mujer saciada.

No sé si será mejor que me vaya antes de que ese mentecato tenga lo osadía de acercarse a mí y meterme en un compromiso, porque es evidente que es uno de esos tipos asquerosos que se creen que tienen a todas las mujeres del mundo rendidas a sus encantos. Sin duda es uno de esos tipos que cuando mira a una mujer sólo ve una vagina palpitando de deseo y se habrá llevado muchos bofetones en su vida por el mismo motivo, pero es igual: en su minúscula mente no cabe alguna cosa que no tenga que ver con el sexo, así que tampoco se le puede pedir más esfuerzo. Lo que está claro es que, como venga, le voy a hacer que se acuerde el resto de su vida. 

Sus gritos desesperados rogándome se oyen por todo el bar. No sé cómo el resto de la gente no se da cuenta. No sé cómo puede ser tan vulgar, hasta qué punto lleva su desvergüenza, porque entiendo que sea de ese tipo de mujeres que sólo piensan en el sexo durante todo el día, pero por lo menos debería ser más cuidadosa ante los demás; una vez que ya ha hecho su elección, debería dedicar sólo para mí sus miradas impúdicas y sus sueños obscenos, pero ahí está: mostrando su procacidad, como una cualquiera, una vulgarota, como ese tipo de mujeres despreciable que son putas y lo demuestran…

No lo soporto más. Me está entrando miedo porque su cara ha ido mudando y ahora tiene mirada de asesino. Me da miedo porque este tipo es capaz de abalanzarse sobre mí y cometer cualquier disparate, aunque estemos delante de tanta gente, porque los desequilibrados son así y cambian de un estado a otro sin avisar, y para cuando te has dado cuenta, ya es tarde. Pago la consumición y me largo. Espero que le dé por seguirme.

 Y ahora se va. Ahora es cuando ella creerá que la voy a seguir, que soy su esclavo, que soy un perrito faldero a su servicio, o que me puede conseguir con una mirada seductora. No. Lo siento. No eres la mujer que a mí me gusta: no eres recatada, ni discreta, y eres una buscona desvergonzada.