Francisco de Sales - Relatos

LA PROPUESTA

Francisco de Sales 

     

- Te espero a las diez. No me falles. 

No era una solicitud: era una orden.

Entonces le acorralaron las dudas y se confabularon para retenerle con ellas.

No permitieron que se escapara amparado por la imaginación o favorecido por las distracciones.

Si acudía a la cita de las diez, el resto de su vida discurriría por otro camino distinto del que estaba previsto. Si no se presentaba, el resto de su vida también sería distinto porque viviría en la quemazón de saber qué hubiera pasado si se hubiera atrevido.

Así que cualquiera de las dos opciones tenía las mismas posibilidades de éxito o arrepentimiento.

Romper la tiranía del destino era atractivo. Tener la sensación ilusoria o la creencia indiscutible de que mandaba en su vida y que tomaba las decisiones por sí mismo, en contra del dejarse llevar, le producía una sensación placentera de poder. Le hacía creerse un mini dios.

Desafiar al destino y desviar sus planes era una temeridad irresponsable, un enfrentamiento con nulas posibilidades frente a un enemigo tan poderoso, una locura condenada al fracaso.

Pero la situación era que tenía que escoger: no había otra alternativa distinta ni la posibilidad de hacer una prueba con las dos para escoger con atino.

El resto de la tarde estuvo a merced de un runruneo leve pero machacón, y se sintió bamboleado por unos vaivenes que le llevaban hasta un extremo de sus ideas, en el que todo eran pegas y ventajas, y al opuesto, donde sucedía exactamente lo mismo.

A las ocho horas y cincuenta y cuatro minutos que marcaba su reloj aún estaba muy lejos de encontrar la respuesta, lo que le puso más nervioso.

A las nueve horas y doce minutos no había avanzado en ninguna de las direcciones, no había vislumbrado la luz que indicaba con su color verde el camino correcto, ni había recibido la visita de la certeza indiscutible ni de la ciencia infusa que se supone viene de origen con el soplo de la vida como regalo habitual de Dios.

Las nueve horas y treinta minutos le dieron un ultimátum: ahora o nunca, decídete.

Así que en un momento de inspiración, o desesperación, se puso sus mejores ropas, metió en una bolsa lo que consideró indispensable, escribió una nota explicando lo inexplicable, se despidió con el alma encendida de nostalgia de cada uno de los rincones que habían sido su morada hasta ese instante y salió a la calle para cumplir su destino mientras en su interior ufano creía que cambiaba su destino.

Cuando faltaban dos minutos para extinguirse la propuesta llegó al sitio convenido.

Ella esperaba desde mucho antes.

Sonrió, aunque él fue incapaz de ver la verdad de aquella sonrisa, y se confundió.

Estaba al otro lado de la calle.

Sólo tenía que cruzarla, se encontrarían, se abrazarían, y ya estarían juntos para siempre.

Dio el primer paso con la vista fija en ella.

No tenía atención para otra cosa que no fuera ella.

Por eso no sintió la llegada del camión, ni escuchó el bocinazo asustado que presagiaba lo inevitable.

Se quedó quieto hasta que le lanzó al aire con un golpe lamentablemente certero que sirvió para que ellos se unieran, ya sin obstáculos, para el infinito. 

La muerte no le había engañado.

Le hizo suyo.