Francisco de Sales - Relatos

BIENVENIDOS AL SOL

Francisco de Sales 

       

     Había encontrado la frase ideal para comenzar el cuento, y había batido las ideas en su cabeza una vez y otra vez hasta conseguir extraer lo mejor de sí mismo. Tenía urdida en su imaginación la trama y cada cosa que le iba a suceder a cada personaje.

     Cuando creyó tenerlo todo planificado y estaba seguro de que a partir de ese momento ya sólo faltaba ponerse a transcribir los apuntes mentales, buscó el fin de semana apropiado, se encerró en su habitación con la consciencia de estar asistiendo al nacimiento de algo especial, y se puso a la tarea.

     Creó una carpeta nueva en el ordenador y escribió el título: “BIENVENIDOS AL SOL”.

    Tecleó la frase con la que se iniciaba: “Os estaba esperando desde el mismo momento de mi creación”, hizo una parada y un suspiro.

    Se paró más de lo necesario. Tenía memorizado el texto, podría recitarlo como si fuera un actor, así que no había razón para la parada. Sin mirar, buscó las teclas correspondientes e intentó seguir.

    No lo consiguió.

    La frase siguiente era “Soy el principio, soy el futuro, soy el amigo de todos.”

     Pero no era capaz de escribirla.

    En su mente, un conflicto recién inaugurado debatía si seguir o no, porque en ese momento, el momento de salir a la vida, aparecían bastantes de las dudas que se habían presentado a lo largo de la gestación.

     Ya sabía, por supuesto, que el sol no hablaba y aunque hablara, su idioma sería desconocido para la humanidad, pero era un cuento, y el cuento da licencia al escritor para que vierta todas sus imaginaciones y para que lo imposible deje de serlo, así que para qué cuestionar ahora si los niños lo iban a aceptar si los niños lo aceptan todo, y para qué volver a la misma carga que el boicoteador interno que decía que no hay que contarles cosas imposibles a los niños, y para qué seguir con el mismo monólogo que ya había escuchado tantas veces: ¿por qué no, si los niños escuchan y olvidan?, no olvidan, se les queda dentro y en cualquier momento y sin que puedan controlarlo asoma; no es cierto, dentro de cada niño hay un filtro que sabe separar perfectamente lo que es cierto y lo que no; no es verdad, porque hace poco leí en un periódico que después de emitir Superman en televisión varios niños se tiraron por la ventana convencidos de que eran capaces de volar; eso es una tontería, no lo es, vale, aunque no sea ninguna tontería, ningún niño va a ir al sol para charlar con él porque es el amigo de todos los niños, venga déjame en paz con tu discurso, ¿no tienes otra cosa que hacer más que distraer mi concentración es este momento?, y mientras se desarrollaba el soliloquio absurdo, estaba esperando saber si podía seguir adelante con el cuento, o si tenía que rendirse, apagar el ordenador y esperar el día en que no se cuestionara lo que había creado.

      Unos días después volvió a intentarlo.

      Tampoco consiguió poner en marcha el cuento.

      No entendía de ningún modo racional lo que le estaba sucediendo. Con su mentalidad de escritor encontró una razón irrazonable, la de ser el personaje de un relato de ficción en que uno era devorado por sí mismo, en que sus manos se negaban a obedecer las órdenes, en que la mente se rebelaba quedando el descontrol de sus actos al cargo de un ente loco invisible que se había apoderado de él.

Pero eso era un absurdo, así que debía pensar con la mente lógica, con la razón sensata y cabal, con el sistema correcto de reflexionar, pero... no lo conseguía.

Cada día aplazaba hasta el siguiente la imposible tarea de ser coherente y retomar el mando en su pensamiento.

El cuento esperaba en un rincón, debidamente preparado, un poco sorprendido, esperando el desenlace, y un poco asustado porque se sentía responsable de lo que estaba sucediendo. No entendía nada porque su voluntad era la de distraer a los niños, alentar su imaginación, llevarles de fiesta al mundo de la fantasía y, en cambio, estaba creando un conflicto que se tornaba irreparable en la cabeza de su creador.

Lo único que podía hacer era asistir cada día al conflicto. Ni siquiera podía enviar ánimos o tranquilidad, ya que se le había retirado temporalmente de su preponderancia y había sido relegado a otro plano menos importante. Ya no se cuestionaba el cuento, sino por qué no se podía escribir.

En un momento que hubiera sido calificado de locura por otro que no fuera él, el escritor pensó que quizá fuera una rebelión de su ordenador, un ataque personal, quizás alguno de esos virus que se cuelan a traición procedía del espacio, de otro planeta o de otro sistema solar, y era quien había tomado el mando de la máquina y por eso se negaba a obedecer.

Pensó que si escribiera su cuento con la máquina de escribir portátil, que guardaba desde sus tiempos de estudiante, podría conseguir verlo escrito, y vencer de ese modo al ordenador. Inmediatamente se apoderó de él otra idea: tenía que escribirlo urgentemente y de ese modo podría conseguir sacárselo de la cabeza, porque quizás era el cuento el culpable de todo; quizás se encontraba a gusto dentro de la cabeza, sabiendo que era el centro de atención, sabiéndose mimado, cuidado y engordado a diario, y no quería salir, y por eso se había encargado de implantar el desorden. Sí, eso era, así que sacó la máquina de su estuche, puso un folio e intentó escribir, cosa que no consiguió porque, de pronto, sin razón, había desaparecido el título y la primera frase y las siguientes.

No podía ser.

No podían desaparecer de golpe, ni podían esconderse en un rincón porque era un texto lo suficientemente grande como para ser visto inmediatamente, y no podía extraviarse, así que le llamó haciendo un esfuerzo con el pensamiento, pero no apareció el título ni la primera frase ni las siguientes. Sólo recordaba que era un cuento, que estaba destinado a los niños, pero como no tenía escrito el nombre en ningún papel tampoco podía llamarle por su nombre, como se llama a los perros, para que se presentara.

Volvió a concentrarse en el cuento, porque era un cuento, ¿verdad? no era un discurso, ¿verdad? ni era un manual, ni un contrato, ¿un sermón? no, a todo no; era un cuento, sí, estaba seguro, un cuento infantil, festivo, inocuo, virginal, blanco, algo que estaba destinado para el placer del lector y, sobre todo, del escritor, el padre, el creador, el mago capaz de combinar las palabras que viven en los diccionarios hasta conseguir un relato coherente, vivo, capaz de transportar en su alfombra de hojas mágicas al país de la ilusión, al país del sol... ¡el sol!, sí, el sol, era algo relacionado con el sol, el sol y yo, no, el sol rey, el rey del sol, no, tampoco, el sol y algo más, sí, voy bien, es algo del sol, aunque... también pudiera ser que... ¿no será el sol quien me obnubila?,  ¿Será que no quiere que escriba acerca de él? no puede ser, porque el sol se caracteriza precisamente por su generosidad, tengo que descartarlo, esto es algo mío, algo debido a todo lo que trabajo o todo lo que pienso, quizás me haya agotado de tanto darle vueltas, creo que en cualquier momento encuentro el hilo del que tirar para traer todo el relato tal como sé que lo tenía antes en la cabeza…

No llegó esa tranquilidad deseada.

Durante los días siguientes no salió de casa ni para comprar el pan, porque no debía salir a la calle cuando hubiera sol, y tenía que cerrar las ventanas urgentemente, porque el sol controla a la gente, así que fue descuidando la alimentación y su cuidado personal ya que no había nada más importante en su mundo que encontrar el cuento que no quería dejarse atrapar y que huía por los vericuetos de la mente, ni otra preocupación más importante que vigilar al ordenador, al que había amarrado con cuerdas y sellado con cinta adhesiva todas sus rendijas para que no pudieran salir los virus e invadir toda la Tierra, tal como era el plan que traían de su planeta y que él había conseguido desbaratar, ni podía desatender a la máquina de escribir portátil, ya que por fin se había dado cuenta de que tras su aparente inocuidad se encontraba una sofisticada nave que habían enviado como avanzadilla antes de la llegada de los virus, ni descuidar la vigilancia del televisor cuya pantalla era una lupa que permitía ver un mundo dentro de este mundo de personas similares a nosotros, nuestros dobles clónicos pero miniaturizados, que enviaba continuamente mensajes subliminales y consignas que el resto de la gente obedecía ciegamente, por eso bebían refrescos y compraban perfumes y coches, pero él se había dado cuenta y se había propuesto firmemente dejar de comer, porque la comida era una droga, y no escucharía las noticias, porque llevaban encriptados unos mensajes de llegaban directamente a un chip que tenemos todos implantado en el cerebro que los decodifica y nos manejan a su antojo, nos engañan metiéndonos miedo con guerras que no son ciertas en países que no existen.

Ese mismo día vinieron los bomberos a rescatarle.

En su trabajo estaban alarmados porque no se había presentado en los últimos diez días ni había dado una razón, ni contestaba al teléfono ni a los golpes insistentes en la puerta.

Después de la primera observación en el Hospital le llevaron directamente al Manicomio.

Allí repetía continua e inconscientemente, en un recitado imparable, el cuento completo de “BIENVENIDOS AL SOL”.