Francisco de Sales - Relatos

TENGO EL ALMA CANSADA

Francisco de Sales 

     

Tengo el alma cansada.

        De no sentir, o de sentir sólo dudas y miedos, o tengo una sensación inapetente que me desconcierta cada una de las muchas veces que me posee.

        Tengo dudas por vida, desamor por costumbre, apatía por rutina, y una vacío inconsolable que no encuentra quien le llene.

        Tengo un miedo perenne a estancarme en este sin vivir y no encontrar entre todas las propuestas de la vida aquella que me repueble las alegrías casi olvidadas.

 

Tengo el alma cansada.

        Del peso de cada día, de la insoportable presión que me produce pensar sin tregua, sin concierto, sin esperanza, ya que todo se instala en la lobreguez de un futuro negro y no me deja una opción risueña.

        Si supiera que todo lo que me va a ir llegando en las dosis diarias de la vida va a ser de esta misma vacuidad, y que Dios no se va a apiadar nunca de mí, ni el mal nacido encargado de administrar torturas va a dejar de enviarme sus mejores lotes, dejaría de respirar, porque dejar de vivir ya lo hice hace tiempo.

        Ahora lo que consigo, y con gran esfuerzo, es llegar al final de cada día, que es recibido casi como un premio, y esperar sin esperanza que el día siguiente sea de una generosidad ya olvidada, que la felicidad tenga a bien instalarse a perpetuidad en mi corazón dolido, que la vida me muestre su mejor cara, la de enamorada, y que yo sea capaz de ver cada día esa belleza que muestra a los ojos que no están nublados por la tristeza.

        Este es el milloenésimo lamento que se queda incrustado en lo negro de las letras y no consigue despegarse y despegarme de este estado. Esta es otra proclama más sin destino y sin futuro. Este es la queja repetitiva que se convierte en panfleto condenado a la basura.

        En mi horizonte cercenado sólo aparece la repetición onerosa de las mismas indigencias, una y otra vez la misma retahíla de pesares, de penares y todos sus sinónimos, que se reparen con una fecundidad de coneja, y sólo en lo impensable, en lo imposible, se mantiene la llama tiritona de una fe atávica que se resiste a rendirse, a pesar de no tener el alimento de la certidumbre, ni el don de la infalibilidad, y que será quien me salve si algún día me he de salvar.

        Es sorprendente cómo se ha ido produciendo mi degradación de un modo invisible, cómo de un día para otro me he ido apagando, la esperanza desesperanzándose, la moral desmoralizándose, el corazón descorazonándose.

        Aún me sorprende tener este hálito de vida, este querer seguir de quien me gobierna a mi pesar, porque me siento mal como nunca antes lo había estado; apagado, lacónico, instalado en una tristeza penada, rendido a un enemigo invisible que me ha ido destronando y desterrando sin que me dé cuenta, sin que note ni sus avances ni la toma de posesión callada y cotidiana de mi espíritu.

 

Tengo el alma cansada.

        Tengo una rabia contra mí mismo que la manifiesto a base de desatenciones, de desprecios, de insultos con la mirada en un silencio que se hace piedra, se hace hierro, se hace un mundo...

        Y no sé.

        No sé buscar el camino, el siguiente paso, la luz que señala, el calor que anima, los besos en el aire, los abrazos que necesito, el brillo de engalanar futuros; no sé dónde está lo que busco, ni sé lo que busco; no sé quién ha cercenado mi empuje con una impiedad incontestable, con una capacidad invencible, ni quién me arrebata el aliento, la energía, la ilusión y mis tesoros más preciados; no sé por qué se instala con visos de perpetuidad este desaliento que me contagia de su displicencia, de su vida inánime, ni sé a quién recurrir para que me recupere, me resucite y me reinstale en mi vida.

        No sé quién tiñe de negro la luz blanca, quién convierte lo dorado en obscuro, por qué el verde se ha ennegrecido, por qué el arco iris enlutece.

        Tengo más preguntas que respuestas, más inquietudes que calmas, más por sufrir que por venir, más pesadez que alas.

        Si fuera capaz de transmutar en ilusión cuanto tengo de penar, sería otro mi canto, otra mi mirada, otro el tono de estas letras apagadas.

        Pero no puedo. Tanto peso me clava al suelo.

Sólo me queda esperar pacientemente que la Luz me redima y me bese en la vida.

Amén.