Francisco de Sales - Poesía

LE DIJO

Francisco de Sales

 

 

Le dijo que nunca había jugado a ese juego

cuando le amarró al cabecero

y clausuró sus ojos con un antifaz de dormir,

cuando recorrió su desnudez con una cereza húmeda,

hielo desconocido,

alternándola con la picardía de su boca y su lengua,

fuego certero,

que sabían bien dónde naufragar y dónde insistir.

 

Fue niña pícara y mujer perversa

riendo con el juego serio del sexo,

perturbándole,

dominándole,

excitándole hasta un segundo antes de que explotara,

desconcertando y desbordándole la imaginación,

que sufría y se deleitaba

esperando lo próximo en llegar,

que rogaba al mismo tiempo el fin y el infinito

en esa inquietante y placentera situación.

 

Le dijo que ningún otro hombre

le produjo hormigueos tan apetecidos y vibrantes

cuando excitaron su cueva húmeda.

Le dijo que ningún otro hombre

la llevó del mismo modo hasta el cielo de los suspiros,

de los quejidos tiernos

y de las respiraciones irregulares.

 

Le dijo que ninguno

la cabalgó con tanta firmeza y cuidado,

con tanta soltura

y desde todos los lados.

 

Le dijo que nadie

lamió el jugo tropical de su sexo

con una lengua tan ansiada,

que acababa de descubrir

que desconocidos estremecimientos y terremotos

comenzaban entre sus piernas

y se expandían por todo el cuerpo,

que ríos de placer la inundaban,

y que recién se le despertó el animal femenino

que ahora la dominaba.

 

Le dijo que sus noches eran un fuego interno,

la avaricia de querer más la despertaba continuamente,

los pensamientos vivían esclavos de la lujuria,

y que sólo deseaba que llegara el siguiente día

en que pudiera abrirse, desnuda y rendida,

a sus caricias de seda y brasas,

a los besos que la exploraban sin prisa,

las miradas que la comprendían,

las palabras que la excitaban…

 

Le dijo que su mundo había cambiado y mucho,

que su interior estaba más florido,

la sonrisa se le había multiplicado,

los ojos eran más ojos

y las miradas más estrelladas.

 

Le dijo que se vio a sí misma

naufragar con honestidad en el mar de los deseos,

y que todos le parecieron buenos,

que se soñó sirena en celo,

y que el espejo de su habitación

se atrevió a devolverle su imagen secreta:

aquella en que cerraba las párpados,

respiraba de un modo entrecortado

y gemía como una novicia del amor.

 

Le dijo que se le aparecía en cada momento

la imagen de su desnudez de varón apetecible,

que se le repetían imágenes de los encuentros anteriores

y volvía a experimentar cada una de las embestidas,

y a sentir de nuevo cuando él jugueteaba a salir

y a entrar lentamente,

para volver a estar fuera

y a entrar lentamente,

para dejarla huérfana y vacía

y entrar nuevamente,

poco antes de comenzar un ataque casi febril

de invasiones reincidentes.

 

Le dijo que nunca imaginó que el sexo bueno era eso,

porque su imaginación era casi de beata.

 

No esperes gran cosa,

le dijo antes de la primera vez.

 

Se equivocó.

 

Él consiguió que abriera las puertas cerradas.

Consiguió revolucionar su repetitiva sumisión,

la que hacía de su sexualidad una rutina

y de ella una esclava que abría las piernas

para que los otros se vaciaran,

y que consiguió que sacara su dominanta,

la que era capaz de montarle sin pudor

y marcar el ritmo

con sus caderas de bailarina.

 

Le dijo que ningún otro hombre

había desatado de ese modo la fiera de su desvergüenza,

despojándola de la piel del pudor,

de los miedos y los frenos,

aflorando la desconocida que le habitaba,

y que ningún otro alimentó su confianza

ni le habló de sus derechos en la cama;

que la había enseñado a pedir lo que quería

y no sabía que quería,

y hablar el lenguaje sin tapujos

que se habla en el ardor de la batalla.

 

Le dijo que sólo él sacó a la luz

su vocación secreta de niña mala,

que se pasaría los días cabalgándole al galope,

o recibiendo sus empellones de amante exquisito,

sintiendo dentro de sí la ebullición,

o aferrada a su mástil sin bandera

y con la boca llena de él,

devorándole hasta la extenuación.

 

Le dijo tantas cosas sin hablar

que él aprendió a adivinarlas

y a poner palabras a sus silencios;

la abrazó para calmar sus ansias,

allanó los caminos nuevos,

acogió a su niña desvalida,

cuidó a la huérfana extraviada,

acunó a la recién nacida,

alumbró a la desconcertada…

 

 

No le dijo que siempre le sintió como alma gemela,

compañero en la risa sincera,

amante en mil encarnaciones,

hermano del corazón.

 

No le dijo que nunca le olvidaría,

que le echaría en falta,

que cuando fuera viejita y estuviera en calma

desempolvaría a menudo los recuerdos

y le seguiría viendo con una aureola dorada,

desde una sonrisa nostálgica

mitad alegría y mitad lágrima.

 

No le dijo que le había mentido un poco

cuando halagaba sus hazañas en la cama,

y que callaría por siempre todo lo que compartieron,

por respeto y por agradecimiento,

y porque los secretos han de ser mudos

y han de morir con los cómplices,

y ese,

tan grande y tan bello,

les pertenecería,

por siempre,

solamente a los dos.