Francisco de Sales - Poesía

FERRUNCHO

Francisco de Sales

 

 

Ni crece ni engorda.

Sus doce años parecen siete.

Un cerebro rápido, una intuición despierta,

una determinación invencible para salir adelante,

la vida moviéndole continuamente,

el esqueleto, el pellejo, y poco más...

 

Sus padres fallecieron muy pronto.

Su abuela no le hizo caso.

La calle le llamaba a gritos y se fue a vivir con ella.

 

Así que cada mañana, cuando se despierta,

lo primero se toca los huesos, y, si están todos,

abre los ojos,

sonríe seriamente,

se levanta de un salto y comienza su encuentro con la vida.

 

La vida le tiene cariño y se siente responsable de él;

le trata bastante bien, mejor que a muchos;

le ayuda a conseguir un desayuno, dignidad, y algunas monedas,

amigos, confianza... y cada día le anima a seguir.

 

Ferruncho es el nombre que cambió por el suyo.

Le gustó porque no tiene apellidos, porque tiene un sonido cariñoso,

y porque Ferruncho es alguien mejor que él,

y más fuerte y más listo.

 

Y le salva de todas, porque es superviviente y subversivo,

y no tiene miedos ni gritos: es un hombre en pequeño.

 

 

 

Le pide al dios minúsculo que ha construido con quejas y retazos

que le cuide hasta mañana, porque no cree en el futuro lejano.

Ha aprendido que sólo existe el presente: sólo el presente.

El porvenir es exclusivo de ricos, y es mejor no aplazar las cosas:

ni las alegrías ni los enojos.

 

La calle es su madre y su maestra.

Le habla continuamente, le grita, le susurra,

le enseña sus muchas caras, le indica trucos y trampas.

 

Pero Ferruncho se sabe solo.

Todo a su alrededor es efímero.

Todo dura nada.

 

Quizás algún día, de esos de sol o de lluvia,

el destino tenga la decencia de abrirle una puerta

a otro mundo distinto, y quizás él la atraviese...

No se sabe cuánto duran la rebeldía o la desgracia.

 

Quizás algún día, la vida y la calle, su única familia,

le hagan el magnífico regalo de una felicidad casi plena.