Francisco de Sales - Poesía

MI VIDA, UN DERROCHE (sin mí o a pesar de mí)

Francisco de Sales

 

 

Se ha empeñado mi vida

en seguir adelante

aunque sea sin mí

o a pesar de mí.

 

Me alegro.

 

Yo ni siquiera estoy muy atento,

como para tener que ocuparme de ella…

 

De no ser por su decisión,

quién sabe qué sería de mí,

dónde estaría ahora,

quién escribiría en este papel.

 

En este mi descontrol,

la mayoría de los días me olvido de vivir,

pero como los pulmones reclaman su alimento,

y el cuerpo se duerme

venciendo a mi empeño de seguir despierto,

yo me despreocupo

y me quedo tranquilo

en tan buenos manos.

Otra cosa es que lo esté haciendo bien.

 

Me nacieron para otro empeño distinto

de este ir desatendiendo los días

empeñado en unas obligaciones

a las que nadie me obliga.

 

Me nacieron para disfrutar el Paraíso

del que echaron a aquellos,

al que hemos regresado ahora

para ser parte de él,

y no parte ajena, como soy yo,

que no soy de este mundo.

 

Más me valiera rendirme.

Renunciar a lo efímero.

Desatender lo que no me da vida,

aquello que enriquece a mi ego

pero no a mí.

 

Salirme del ajeno

y regresar al principio:

a jugar a deshoras,

reír sin especial motivo,

saltar sólo por saltar.

 

Escapar de mi cárcel

y retomar la libertad;

volver al horario del placer,

volver a dedicar el tiempo a vivir la vida,

mi propósito olvidado,

la razón de estar aquí,

mi desatendido destino.

 

Eludir los compromisos inapetentes,

promocionar los encuentros con familiares y amigos,

dedicar todo el tiempo que se necesite

a ver figuras imaginarias en las nubes,

a ver cómo en un chaparrón todas las gotas son distintas,

y cómo las hojas de los árboles son todas distintas,

y cómo los minutos son todos distintos.

 

Y ya que no puedo parar el reloj del tiempo,

qué mejor maravilla que la de cuidar los segundos,

hasta que se vayan,

o invertirlos en ver jugar a los niños,

o cambiarlos por sonrisas

en beneficioso trueque,

o mirar al infinito sin la pretensión de querer ver.

 

No sé.

 

Creo que esta divagación,

que pudiera aparentar profundidad,

de tanto oírla me ha inmunizado:

no me remueve.

 

Me seguiré quejando

hasta que sea demasiado tarde.

 

Entonces

me moriré de pena.